Mark Fisher: ¿No hay alternativa? Reseña de la clase 8.


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En su libro Realismo capitalista, el británico Mark Fisher reflexiona sobre las nuevas subjetividades y mutaciones del capitalismo tardío. 

Realismo capitalista indaga en los "numerosos callejones sin salida alumbrados por el neoliberalismo": la situación del trabajo en el posfordismo, la disciplina versus el control, el modo en que el capitalismo incorpora en su interior al anticapitalismo. Sin embargo, los dos ámbitos más estudiados por el autor, ambos vinculados con su experiencia personal, son la educación y la salud mental.

Desde el título de la obra como analogía al “realismo socialista”, el realismo capitalista que conceptualiza Fisher está representado en el slogan tatcheriano de “no hay alternativa”; un capitalismo que no solo es visto como el “único sistema económico viable”, sino al que parece “imposible incluso imaginarle una alternativa”. Para el británico el realismo capitalista no es ideología, propaganda o configuración cultural, ni siquiera una posición política favorable al neoliberalismo, sino su pura naturalización.

Según Fisher, podemos encontrar dos importantes aporías en este Realismo capitalista contemporáneo:

En primer lugar, mientras el neoliberalismo se vanagloria de una libertad de mercado que permitiría el desarrollo de los individuos, en realidad produce sujetos en estado de perpetua ansiedad. En esas circunstancias proliferan una serie de afecciones psicológicas como la depresión, la euforia consumista incapaz de “hacer cualquier cosa que no sea buscar placer” (lo que llama hedonia depresiva) y la bipolaridad, paralela a los ciclos de auge y depresión del propio sistema. 

Esas afecciones son atribuidas a problemas de desequilibrio neuroquímico, o problemas familiares particulares, es decir, son privatizadas y no analizadas desde sus causas sociales. La salud mental es así despolitizada. 

La segunda aporía se relaciona con la burocracia. Mientras el realismo capitalista gusta presentarse como antiburocrático en oposición a los “socialismos reales” así como a los remanentes del Estado de bienestar, en realidad lo que ha proliferado es una burocracia descentralizada que funciona como una forma de autovigilancia permanente. 

Ya sea en el trabajo posfordista o en la academia, o en la escuela, los sistemas de evaluación y autoevaluación, las auditorías permanentes y la postergación indefinida de los deberes conducen a un cuadro psicológico donde impera la ansiedad perpetua y la insatisfacción. La burocracia y mercantilización de la educación, por ejemplo, sería la prueba de la transformación de las antiguas estructuras disciplinares y autoritarias en nuevos modos de control que ya anunciara Deleuze.

Se trataría de una estructura donde la desregulación del capital y el trabajo, es causa de “frías señales de alarma a través de la espina dorsal de cualquier trabajador”; un sistema social que combina “imperativos de mercado y ‘objetivos’ definidos en términos  burocráticos” constituyendo una suerte de “stalinismo de mercado”.

Hiper-expresividad y patologías contemporáneas. Reseña para la clase 7.


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Franco BIFO Berardi es un activista y pensador contemporáneo italiano, que goza de una gran repercusión en Latinoamérica, especialmente en Argentina y Chile. El interés del autor es trazar las nuevas mutaciones del capitalismo, el cual ya no sólo se apropia de la fuerza de trabajo, sino del deseo, de la imaginación y de los afectos (Berardi lo llama semiocapitalismo).
Lo que nos interesa de la profunda reflexión de BIFO, es trabajar las nuevas formas de socialización laboral que aparecen con el boom de la web en los 90. Entender la re-definición que hace Berardi del concepto de “trabajo abstracto” propuesto por Marx para poder pensar las nuevas formas de precarización laboral. Estas nuevas precarizaciones tienen una fuerte relación con el trabajo cognitivo, es decir, con las nuevas formas de explotación que abarcan la creatividad y el pensamiento, y todo esto con la expansión de las nuevas tecnologías informativas.
Con la transformación de las tecnologías digitales se ha puesto en marcha diferentes fragmentos de trabajo en un mismo flujo de información y producción, en la red, rompiendo así la función de mando jerárquico de las fábricas, ahora la función es transversal y desterritorializante, impregnando cada fragmento de tiempo de trabajo, aunque no se identifique con un lugar particular, con una persona, con una jerarquía.
La figura del obrero deviene en empresario de sí. La figura del trabajador asalariado clásico, a quien el empresario debía garantizar asistencia, pensión y vacaciones, cambia drásticamente, es ahora el propio trabajador-empresario de sí que debe hacerse cargo de tal protección. Con esto el empresario de sí, culturalmente, debe identificarse con su tarea, una especie de misión existencial que la sociedad le ha encomendado, cargando con los logros o fracasos que tienen relación con el plano económico.
No es raro por ello que aparezcan nuevas patologías y una expansión de medicamentos para “aliviar” los malestares de la sociedad. Con la creciente competitividad que impera en la actualidad, se produce una fuerte estimulación narcisista que trae consigo ciertos riesgos. BIFO dice que la norma social no admite la posibilidad del fracaso, porque éste es situado en el terreno psicopatológico. La norma social no admite el fracaso dentro de la nueva economía.
Para ser eficiente en esta nueva economía de competición, es cada vez más necesario el uso de sustancias psicoestimulantes o antidepresivos. BIFO se pregunta cuantos operadores sobreviven sin consumir Prozac, Zoloft o cocaína. Esta habituación a sustancias psicotrópicas es un elemento estructural de la economía psicopatógena. Cuando el imperativo de la competición es fundamental en la vida social, se puede estar seguro de producir las condiciones para la aparición de una depresión de masas. La actualidad del pánico y la depresión en la época del hipercapitalismo liberal no es nada extraño.


El hombre postorgánico y la intimidad como espectáculo (clase 6)

Siguiendo las huellas de pensadores como Foucault, Deleuze o Guy Debord, la antropóloga e investigadora Paula Sibilia ha reflexionado sobre la relación entre cuerpos, subjetividades y tecnologías en las sociedades contemporáneas.

La autora argentina trata de explicar los cambios sociales que se están dando en nuestro presente: desde la crisis del sujeto moderno y su visión antropocéntrica; la metamorfosis de las relaciones sociales producto de la hiperconectividad; las nuevas modalidades de control que se ejercen sobre los cuerpos y las subjetividades, tanto de manera directa e indirecta y la expansión de la extimidadad como imperativo de modo de vida en el mercado del marketing.

En el hombre postorgánico, Sibilia parte de la descripción de la mutación del capitalismo, y su transición de industrial, mecánico y analógico, a un capitalismo postindustrial, digital e informático.

Foucault analizó con detalle los mecanismos disciplinarios que hacían funcionar la sociedad industrial con el ritmo siempre cronometrado de infinitos relojes, cada vez más precisos.
En el periodo industrial (dice Sibilia) el reloj tenía la función de marcar mecánicamente el paso del tiempo, simbolizando la transformación esencial de la sociedad occidental al industrialismo en su lógica disciplinaria. El sujeto estaba condicionado a cumplir cierto horario laboral en la fábrica, en la escuela, en su hogar, en su tiempo de ocio. El reloj distribuía de manera mecánica y eficiente toda la vida de los sujetos, desarrollando técnicas de moldeamiento y normalización. Es así que surgió en palabras de Sibilia, el productor disciplinado.

En las últimas décadas, sin embargo, se desencadenó un proceso vertiginoso de transición de aquel régimen industrial hacia un nuevo tipo de capitalismo, globalizado y postindustrial. Deleuze sistematizó este conjunto de transformaciones, vislumbrando la formación de un nuevo tipo de sociedad: La sociedad de control.

A medida que pierde fuerza la vieja lógica mecánica (cerrada y geométrica, progresiva y analógica) de la sociedad disciplinaria, emergen nuevas modalidades digitales (abiertas y fluidas, continuas y flexibles) que se dispersan aceleradamente por toda la sociedad de control.

Si en el período industrial (sociedad disciplinaria) se buscaba que los sujetos sean dóciles y productivos, en la sociedad de control las fuerzas vitales se metabolizan, cambiando constantemente al mercado de las nuevas subjetividades, formando parte de diversas muestras, nichos de mercado, segmentos de público, targets y bancos de datos. Sibilia subraya con esto, que los “modos de ser” se vuelven mercaderías de gran valor, de consumo inmediato por los “targets” a los cuales se dirige. Ya no se trata del productor disciplinado, sino del "consumidor controlado" de nuestro tiempo.

Humanidad aumentada y siliconización de la vida. Clase 5.


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Eric Sadin es uno de los autores franceses más renombrados en lo que respecta a la crítica de las tecnologías digitales y su vínculo indisociable con el orden económico y político (lo que llama tecnoliberalismo). En nuestra lengua se han traducido dos de sus obras: La humanidad aumentada y La silicolonización del mundo, ambas claves para entender su pensamiento y su mirada respecto al avance de las tecnologías exponenciales a través de plataformas como Google, Facebook, Netflix, y de las nuevas aplicaciones que aparecen día a día, y que en muchos casos operan en colaboración de los usuarios, de manera voluntaria.

Para Sadin, es claro que vivimos en un mundo hiperconectado, gracias al avance tecnológico y a las aplicaciones digitales que invaden constantemente nuestra vida cotidiana, y conducen nuestras decisiones (o en términos del francés) se es asistido por dispositivos y artefactos tecnológicos, o sea por algoritmos. El ejemplo que utiliza Sadin es la figura de Hal 9000, el robot que aparece en “2001. Odisea del Espacio” de Stanley Kubrick, la súper computadora que asiste a la tripulación de la nave, y que en ese aspecto se anticiparía a la inteligencia artificial del siglo XXI, la cual para el francés se constituye en todo un "superyó" que dirige nuestra toma de decisiones. Las aplicaciones digitales conducen a que buena parte de nuestra actividad diaria consista en delegar nuestras decisiones a sistemas informáticos. Ejemplo de ello sería Google maps y otras tantas aplicaciones, con las cuales se pasa (en términos de Sadin) de “un sujeto humanista al individuo algorítmicamente asistido”. Este individuo asistido se refleja en la construcción de un perfil, que es la serie de datos asignados a un sujeto en la vida social digital.

La conquista de la vida y su organización algorítmica se expande por todo el mundo, por medio de las grandes empresas de Silicon Valley (Google, Facebook, Apple, Netflix, etc). Para el francés, Silicon Valley no es solo un territorio sino un espíritu en vías de colonizar el mundo (silicolonización), llevado a cabo por misioneros industriales, universidades, thinktanks y por una clase política que alienta la edificación de valleys en todos los continentes bajo la forma de “ecosistemas digitales” e “incubadoras de empresas start-ups”.

Se trata del avance de la "ideología californiana" de Silicon Valley, de la inteligencia artificial, la digitalización del mundo y su organización algorítmica, que pretenden extraer beneficios del menor de los gestos humanos e instaurar un modelo civilizatorio basado en lo que llama Sadin "la civilización algorítmica".

Las reflexiones de Sadin rondan lo “tecnofóbico” según Pablo Manolo Rodríguez. Para el autor argentino, Sadin reproduce los prejuicios instalados por cierta línea de la filosofía de la técnica, que siguiendo el debate entre Cultura y Técnica dado en el siglo XIX, presupone una rivalidad de la técnica respecto a lo humano. Es así, que un autor que el propio Sadin cita, Gilbert Simondon, había dicho que se debe desactivar esa oposición, para comprender la relación entre cultura y técnica y su actualidad: “los algoritmos no son objetos autónomos, sino que ellos mismos están moldeados por la presión de fuerzas sociales externas”. También se podría decir que los algoritmos, más que recibir una presión externa, son ellos mismos expresión de fuerzas sociales y culturales.

Capitalismo de plataformas. Clase 4.

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Tanto la crisis ecológica como la crisis económica son constantes en nuestro tiempo. Ahora bien, ¿cómo gestionar una situación de crisis permanente? ¿Cómo devolverle vitalidad a un capitalismo en dificultades? Y más aun, ¿qué técnicas de gobierno se despliegan frente a ello? La respuesta está (siguiendo a Nick Srnicek en su libro Capitalismo de plataformas, y a Facundo Carmona en su artículo El algoritmo caníbal) en los datos.



El capitalismo del siglo XXI se volcó a los datos como estrategia para afrontar las diversas crisis que se ciernen sobre su modelo de acumulación. Esta mutación se sostiene gracias principalmente a dos fenómenos: la digitalización del mundo y el procesamiento de datos.

El datamining procesa en tiempo real la totalidad de la realidad (desde fábricas a comportamientos de consumo) a partir de una perspectiva probabilística a-subjetiva, que prescinde de hipótesis previa e interpretación posterior. ¿Qué resulta de esto? La perfilización y la anticipación de los comportamientos individuales, sociales, naturales y maquínicos.

En Capitalismo de plataformas, Nick Srnicek apunta las condiciones históricas que posibilitaron la organización social contemporánea. Srnicek identifica tres momentos esenciales en la emergencia de la economía digital: la recesión de los años 70, el boom y caída de los años 90, y la respuesta a la crisis del 2008.

La crisis de sobreproducción de los años 70 se sorteó con el
desmantelamiento del modelo fordista estadounidense. La producción a gran escala fue suplantada por la fabricación a pedido del modelo toyotista
japonés, abaratando costos de stock, almacenamiento y mano de obra. Con los años 90 llegó el boom de la comercialización de Internet y una expansión global de tecnologías que favoreció la deslocalización y tercerización. Por aquellos años nació el “Designed by Apple in California. Assembled in China”:
el diseño y el marketing se manejan desde las economías de altos ingresos, mientras que la manufactura se deslocaliza hacia las economías emergentes. ¿El resultado? La crisis global de fines de los años 90.

Estados Unidos superó esa crisis con “keynesianismo financiero”: el Banco Central bajó estrepitosamente su tasa de interés, lo que propició que los Hedge Funds (fondos especulativos) colocaran dinero en inversiones de riesgo. Esa política evitó el gasto estatal y eximió a la industria de ser competitiva. Los flujos de inversión viraron hacia el mercado inmobiliario y las empresas de tecnología. Las consecuencias, años después, son conocidas: se desencadenó la burbuja inmobiliaria que estalló en el año 2008, y se propició el crecimiento de industrias vinculadas al desarrollo de plataformas (como Facebook y Google), capaces de extraer y controlar una inmensa cantidad de datos.

En su libro, Srnicek realiza un detallado análisis económico e histórico sobre los modelos de negocios de las plataformas digitales, con la intención de demostrar que internet fue privatizado y casi monopolizado por ciertas empresas (las plataformas), basadas en la extracción permanente de datos, de la misma manera que el viejo capitalismo extractivo lo hacía con las materias primas.

Las plataformas son “infraestructuras digitales que permiten que dos o más grupos interactúen”. Se trata de un nuevo modelo de negocios que ha devenido en un nuevo y poderoso tipo de compañía, el cual se enfoca en la extracción y uso de los datos. Las actividades de los usuarios son la fuente natural de esa materia prima, la cual, al igual que el petróleo, es un recurso que se extrae, se refina y se usa de distintas maneras.

Las plataformas dependen de los “efectos de red”: mientras más usuarios tenga, más valiosa se vuelve. Ejemplo: mientras más personas googlean, más preciso se vuelve el algoritmo de Google y más útil nos resulta. Ello significa que hay una tendencia natural a la monopolización. Para garantizar estos efectos de red, las plataformas utilizan “subvenciones cruzadas” para captar usuarios, es decir, la prestación gratuita de algunos servicios se compensa con el cobro de otros: por ejemplo, Google contrabalancea la gratuidad de su servicio de Gmail con el dinero que genera por publicidad.

Por último, el autor señala que, si bien suelen postularse como escenarios neutrales, como “cáscaras vacías” en donde se da la interacción, las plataformas en realidad controlan las reglas de juego: Uber, por ejemplo, prevé dónde va a estar la demanda y sube los precios para una determinada zona. Esta mano invisible del algoritmo contradice el discurso que suelen tener estas empresas, en el cual se definen como parte de la “economía colaborativa”

Nuestro autor cataloga a las plataformas de acuerdo al uso que realizan de la información. Postula cinco tipos de infraestructuras digitales:

a) Plataformas publicitarias (Google, Facebook): que extraen información de los usuarios, la procesan y luego usan esos datos para vender espacios de publicidad.

b) Plataformas de la nube (Amazon Web Services, Salesforce): que alquilan hardware y software a otras empresas.

c) Plataformas industriales (General Electric, Siemens): que producen el hardware y software necesarios para transformar la manufactura clásica en procesos conectados por internet, lo que baja los costos de producción.

d) Plataformas de productos (Netflix, Spotify, Rolls Royce), que transforman un bien tradicional en un servicio y cobran una suscripción o un alquiler.

e) Plataformas austeras (Airbnb, Uber, Glovo, Rappi): que proveen un servicio sin ser dueñas del capital fijo.

El autor dedica un extenso apartado a este último tipo. Las define como plataformas austeras porque prácticamente carecen de activos: Uber no tiene una flota de taxis, Airbnb no tiene departamentos y Rappi no tiene bicicletas. El único capital fijo relevante es su software. Por lo demás, operan a través de un “modelo hipertercerizado” y deslocalizado. Sus ganancias se basan en una baja inversión en activos y, en el caso de Uber, el pago a los conductores mediante sistemas de contratación que no impliquen grandes gastos en salarios. Por ejemplo, a sumar a un sector de la población con dificultades para conseguir trabajo, aprovechando así el desempleo y la precarización. Este mecanismo también se puede encontrar en otras compañías de la llamada "economía colaborativa", como los servicios de delivery tipo Rappi o Glovo.