Reseña:
Filosofía para perros
perdidos: variaciones sobre Max Stirner. Editorial Autonomía,
Buenos Aires, 2018, 320pp. De Adrián Cangi - Ariel Pennisi.
Ya lo había dicho alguna vez un excéntrico científico: la única forma de
matar a alguien es olvidándolo. El libro que vengo a reseñar, Filosofía para
perros perdidos: variaciones sobre Max Stirner, es un auténtico libro-fuerza
escrito a cuatro manos por adrián Cangi y Ariel Pennisi (de aquí en adelante
Cangi-Pennisi). La obra aborda el pensamiento de uno de los autores olvidados de la historia de la Filosofía y
de la gran filosofía -como dicen los autores-, hijo terrible de la modernidad
(Sloterdijk) y proto-postestructuralista (S. Newman). Estoy hablando de Max
Stirner, seudónimo de Johann Kaspar Schmidt.
Cualquiera que abra un libro de historia de la filosofía encuentra la
figura de Stirner asociada a los “jóvenes hegelianos”, aquellos pensadores que
siguieron las sendas del maestro Hegel, después de su muerte. Cada uno de
aquellos jóvenes, entre los cuales se encontraban nombre como B. Bauer, L.
Feuerbach, A. Ruge, K. Marx y por supuesto Max Stirner. Partió del pensamiento
dialéctico para cuestionarlo y navegar las olas del propio pensamiento. Esto le
valió a Stirner y su único libro, El
Único y su propiedad, una de las críticas más despiadadas de la historia
del pensamiento, dada por K. Marx y F. Engels en La ideología alemana, gracias a lo cual su obra fue tirada al borde
del abismo, al fracaso. Tal crítica virulenta, según Cangi-Pennisi siguiendo a
Calasso, sería porque la obra stirneriana representaba un gran peligro,
por su ruptura con el esquema de clases y
porque escapaba a lógica de la antropología pequeñoburguesa. Pensamiento
abstracto, robinsonada, poco profundo y un largo etcétera son los insultos que
recibe Stirner de parte del dúo alemán.
Con esta
brutal crítica empieza el recorrido por las olas salvajes de Filosofía para
perros… Fracasar en tiempos de triunfalismos y exitismos fue el camino que
siguió Max Stirner. Con Stirner uno cuestiona el “buen sentido” del triunfo y
el éxito, sin redención alguna, donde el fracaso es el motor, el impulso y la
condición del pensamiento autónomo, crítico de eficiencia, opuesto a la
adaptabilidad normalizada en tiempos de meritocracia, es decir, servidumbre.
Con prosa dramática -cuentan Cangi-Pennisi- Stirner combate los valores de su
época, puro espíritu trágico sin ser justiciero ni derrotista, aceptando lo que
es para navegar la realidad que no ofrece garantías. El libro El único y su
propiedad, a pesar de los golpes propinados por Marx y Engels, supo
encontrar sus lectores. Dice P. Sloterdijk en Temperamentos filosóficos,
parafraseando a Fichte, que la filosofía que uno elige depende del tipo de persona que se es, y si
pensamos en Stirner, su filosofía atrajo a “autodidactas y desviados”, como
bien se puede leer en un pasaje de Filosofía para perros… Practicar una
filosofía “fracasante” implica una ética que no arrastre a ninguno ni postule liderar a nadie. Según Cangi-Pennisi, a
Stirner no lo movilizaba la ambición por las jefaturas intelectuales ni
políticas, sino más bien la singularidad, la experimentación.
Los
autores utilizan la figura del “anarca”, extraída del Eumeswil -novela
de Ernst Jünger- donde encuentran vecindad con Stirner como figura conceptual. El
anarca no suena panfletario ni sostiene principios en alta voz, es un mochilero
sin mochila que prescinde de todo “ismo”. Se construye de tal modo que ningún
tirano lo alcance, buscando dominarse a sí mismo. El anarca es un pulidor de
lentes de una ética anarquista, que va más allá del contra y el por
del capitalismo y su lógica, el anarca va al costado como una existencia que
baila efectuaciones y contra-efectuaciones, que no es individuo ni grupo. En
este punto vale resaltar el análisis hermenéutico de los autores, dialogando
con figuras como un joven Borges, M. Onfray, C. Ferrer, entre otros,
enriqueciendo el entramado argumentativo referente a Stirner y el anarca
jungerniano.
En uno de
los capítulos, los autores se centran en el Yo stirneriano entendido como un Yo
que parte de la nada, extrae su mundo desde ahí, lejos de abstracción
fantasmagórica de Yo absoluto, es un Yo de la “miniatura”. El Yo de Stirner no
está ligado a lazos de sangre ni a vínculos de la humanidad universal, sino a
una auto-constitución creadora que avanza sin Dios y sin Hombre. El yo, el de
carne y hueso, lleva la crítica radical del fundamento y del más allá. Un Yo
que cuestiona toda antropología de corte humanista feuerbachiana y patriarcal,
el Hombre, como sujeto de enunciación, y con ello, todas las categorías de la
filosofía occidental (Alma, Espíritu, Yo, Humano, Sujeto, Objeto, Estado,
Mercado), un Yo que permanece abierto y que cuestiona el regodeo del poder
hacia una unidad cerrada. El Yo de la razón es cuestionado y efectuando la
apertura al cuerpo, dinamizando, y formulando “el proceso de formación movido
por las fuerzas del acontecimiento”. Aparece así en Yo singular, que no busca
ejercer la voluntad de poder sobre otros, sino que práctica una voluntad de expresión
libre y personal, que no cesa de auto-engendrarse en espíritus de personas
libres.
Cangi-Pennisi
hacen un rodeo por tres pensadores que en su momento hablaron de Yo, relacionando
a cada uno con Stirner. Los autores comienzan con Freud, para hablar de la
ligazón del narcisismo como representación en imagen y por otro lado, conectado
al ideal Yo, conciencia moral, que depende -según los Cangi-Pennisi- en cierta
medida de lo impuesto desde afuera y ponen como ejemplo el principio de
autoridad incuestionado y un modelo de éxito que garantizan una escala de
valores ajenas a la autoconstitución del individuo, cerrando el propio proceso.
En este sentido el Yo narcisista es un Yo débil, que se orienta de acuerdo a su
propia debilidad, en cambio el Yo stirneriano es un Yo de apropiación, que se
apropia de las fuerzas, aquello que le conviene, un Yo fogonazo que se apaga
antes de volverse jerarquía. El siguiente autor es Foucault, los autores
abordan el análisis que hace sobre el Yo estoico entendido como “aquello de lo
que se puede ser amo”, constituido de ejercicios de comprensión sobre lo que se
forma como dominio propio. El Yo estoico no es ninguna individualidad
sustancial, autorreferencial, pues necesita de la ética como factor
indispensable. Tiene que experimentar relaciones con las cosas y con los otros.
El Yo estoico es una fuerza entre fuerzas, nunca un objeto privilegiado, ni “un
culto del Yo californiano” que lo adjudica como verdad último. El Yo estoico tiene
como problema la construcción ética y trabajo sobre sí, en este aspecto existe
una gran resonancia con Stirner. Por último toman a Nietzsche, tomando un texto pedagógico de Stirner donde se habla de la
formación de creadores o de la simple formación servicial os autores analizan
la relación implícita entre los dos alemanes. Stirner entiende la educación
superior como la doma de siervos voluntarios y la formación de señoríos como
que distingan al docto del pueblo común. Para los autores, Stirner cuestiona
esa posición de dominio, considerándola hegemónica, ya que gira en torno a la
conservación del saber, oponiéndose a la búsqueda de sí mismo. Para
Stirner, la investigación vital propia de un auténtico propia de un auténtico se basa en el “querer”
y no en el “saber”. El hombre puede ser dueño de cosas, pero en su práctica no
produce naturalezas libres. La semejanza con Nietzsche se da al considerar las
naturalezas libres como expresión de la libertad de pensamiento, convertida en
libertad de la voluntad. La voluntad libre es sinónimo de la voluntad de poder
nietzscheana, ya que se manifiesta como expresión de la obra.
Un
siguiente punto que los autores no dejan de lado es la singular idea de
“egoísmo” y su relación con el individuo, preguntando qué fuerzan tensan y
arman al individuo, qué lo hacen consistente y también inconcluso. En este
aspecto Stirner no entiende al individuo como un dato natural, sino como una
formación histórica que depende de determinados valores y sus zonas no
pensadas. El alemán se detiene en la fragilidad de ese Yo efímero que es el
individuo, un Yo paradójico que conquistando vida se hace vida. Para Stirner nada
está dicho, pensar la nada es pensar las fuerzas y capas históricas que actúan
sobre las situaciones que fuerzan a pensar y actuar. Es por eso que se enfrenta
a la moral y la lógica del sacrificio, en vecindad con los libertinos. Stirner,
defiende el “goce de sí” que nada tiene que ver con el narcisismo, es hacerse
cargo del egoísmo, de la capacidad de aferrar la existencia en el desapego a
los valores abstractos heredados, de apropiar parcelas del mundo y desapegarse
sin nostalgias. El egoísmo de Stirner busca una reunión con la potencia que se
mantiene cerca de lo irresoluble. Es entregarse al mundo sin hipocresía ni
sacrificio. Con esto se da una gran diferencia entre el supuesto individualismo
stirneriano y el individualismo liberal, primero epistemológicamente, y segundo
las consecuencias ético-políticas. El individuo liberal -dicen los autores- es
una categoría de medida para la vida social, la competencia mercantil y
presupone la argumentación jurídico-moral como traducción de una antropología
individualista. El individuo liberal es esclavo de la lógica del Hombre y del
“buen ciudadano” del Estado burgués, dominado por obligaciones y sometido a las
convicciones cívicas.
Cuando
Stirner critica el liberalismo, lo critica desde la discusión kantiana de la
mayoría de edad. El liberalismo sueña con ser la humanidad con mayoría de edad,
con un pueblo mayor de edad. Stirner alerta que “esa mayoría de edad” se
encuentra normalizada, por su adaptabilidad y su negociación a una sujeción
normativa de reglas abstractas. Una mayoría de edad que acepta el principio de
realidad. Una especie de resignación y “superación” de una minoría de edad.
Stirner - según los autores- contrapone una figura de la adultez que conserva
la inquietud inexplicable del crío, como también la tenacidad experimental. Ser
adulto no significa pasar de un estado ciclotímico entre resignado y superado,
sino más bien, un proceso de crecimiento de esas mismas fuerzas. Adulto para
Stirner, es aquel que problematiza, incorpora, elige, dejándose problematizar,
incorporar y elegir, no un adulto normalizado. De esto surge la pregunta de los
autores: ¿qué colectividad habilita o cuál constriñe esos devenires? - respecto
a los devenires del adulto-. Toda vida en común, esa que mira sobres sus
relaciones, pide a cambio reverencia y obediencia a un principio de autoridad o
causa última, configura un límite exterior y trascendente que interiormente
sirve como terror en el aire. Para Stirner existe una diferencia entre límites
imaginarios que la vida social instituida impone a cambio de reconocimiento y
el límite como parte constituida de la experimentación. El primero se funda en
la renuncia de sí y el segundo ubica una relación más franca con lo real:
sentimos finitud no impotencia. Stirner ve que la sociedad es como una prisión reglada
por el juramento u obediencia donde el espacio define las relaciones y no al
revés. La prisión crea sociedad, una cooperación, una comunidad de trabajo
-dicen los autores-, pero no relaciones recíprocas, ni asociación. Aparece la
apuesta política de Stirner, el asociacionismo, la asociación sustrae los
regímenes reglados de la modernidad con sus jerarquías y creencias. En la
asociación surgen distintas disposiciones. Si la época constriñe, la relación
de asociación tiende a la clandestinidad, si las relaciones son favorables, la
libre reciprocidad puede formularse en voz alta para atraer curiosos,
distraídos, aventureros o sobrios inesperados.
Elemento
esencial, no alejado, que no se mencionó arriba, es la propiedad. La propiedad
- dicen los autores- está en el corazón de la constitución del hombre que sirve
como resonancia para la construcción antropológica y política, en tanto está
destinado a tener cosas y tenerse a sí mismo. Stirner no escapa de eso, pero su
pensamiento se distancia de toda una concepción tradicional de la propiedad.
Cangi-Pennisi, contrastan con las visiones de autores como Hobbes, Locke,
Stuart Mill, Hegel, Proudhon y Engels. Para Hobbes la propiedad surge del
conflicto y debe ser mediada por un propietario absoluto, el soberano, que
pueda garantizar la propiedad y la seguridad de cada una de las
individualidades. Para Locke, la primera propiedad es la posesión de cada uno.
El mundo se transforma y la propiedad se transforma en la medida que el hombre
lo trabaje. El presupuesto central de la propiedad es que Dios ha dado el mundo
para que los hombres racionales lo trabajen y lo usen y eso es lo que da el
título de propiedad y no el capricho de los revoltosos. Stuart Mill en cambio
apuesta a una libertad individual sobre lo colectivo, la propiedad en este
aspecto tiene que ver con el progreso individual y la evolución general,
contribuyendo a sí mismo y a la sociedad. La propiedad forma parte de la lógica
del progreso individual. Para Hegel, la propiedad está relacionada con la
“voluntad” y la “libertad”, la propiedad expresa la existencia inmediata
de la voluntad. Unidad de medida en función del ser social. Hegel- dicen los
autores- llama a la propiedad la primera experiencia de la libertad, que es la
objetivación de la voluntad. Generando así el justificativo para la propiedad
privada, la cosa apropiada se cristaliza en “lo mío”. Para Proudhon, la
propiedad es cuestionada desde la moral, la propiedad privada es anti-natural.
La propiedad es un robo, es injusto y asocial. Engels por su parte, discutiendo
con Proudhon, preocupado por que los obreros sean propietarios de sus
viviendas, ya que según él esto podría ocasionar problemas con la difusión de
la burguesía dominante. El caso es que eso provoca inmovilidad y no podrían
generar las condiciones para la emancipación. Stirner se diferencia de todos ellos porque para él la propiedad es un principio
existencial que concierne a la potencia. La vida que recorre el cuerpo y lo
entrama con los otros. Es la huella del existir, siempre fresca.
Muchos de
los presupuestos de la teoría stirneriana le valieron el apodo de “sofista
moderno”, dado por el historiador de la filosofía moderna Kuno Fisher, ya que
consideraba su pensamiento bajo e indigno. Fisher es citado por los autores
para describir el andamiaje teórico de Stirner respecto a Hegel y los hermanos
Bauer, cuestionando el esquematismo historia de la filosofía. Citando a los
grandes sofistas de la antigüedad -Cangi-Penissi- recrean la lectura hegeliana
de tales autores, cómo entienden el concepto y la formación del discurso, sin
dejar pasar la idea del fundamento y el devenir. Problemas de orden ontológico
de los que Stirner escapa y busca
replantear. Los autores no concuerdan con el apodo dado por Fisher, ya que ven
en Stirner un pensador que pudo escapar de su tiempo y que Nietzsche pudo
percibir. Un capítulo que incita a leer y releer a otros autores
“criminalizados” por la historia de la filosofía hegemónica y entender los
grandes problemas que se dieron respecto a la disputa entre los sofistas y
Platón, y cómo esto llega a Hegel.
Stirner,
como todo joven hegeliano, quedó encantado con la Ciencia de la Lógica,
especialmente la parte de “La doctrina del ser”, pero se aleja de algunos
presupuestos del mismo. Cangi-Pennisi citan a Gilles Deleuze para
recordar que Stirner fue el que lleva hasta las últimas consecuencias la
dialéctica, mostrando hacia donde conduce y cuál es su motor. Un Stirner que ve
el carácter moral de la dialéctica, una filosofía conservadora, donde esta lleva
a consolidar el deseo de Hegel de ver la monarquía como realización de la vida
social cristiana. Como efecto de ello, aparece la figura de un Stirner
anticipador de Nietzsche. En este aspecto, para los autores, Nietzsche fue buen
lector de Stirner porque supo asumir el “trabajo sucio” stirneriano, un
nihilismo radical que niega todo lo que es negador, desmantela la filosofía del
siglo XIX, deja un desierto y así da el salto de la negación radical a la
transvaloración de la moral. Nietzsche hereda varios postulados de Stirner, la
pregunta por el “quién” y no el “qué”, la crítica a la moralidad, las bajas
pasiones, el escepticismo antes los sistemas heredados y tal vez, el legado
epistemológico que supo recoger Nietzsche: preguntarse no por la conciencia y
sus movimientos, sino por la voluntad de poder o la potencia propia como unidad
de medida. El desplazamiento del problema de la conciencia al problema del
poder.
Resalta
el análisis de la ontología de Stirner, la crítica al Ser occidental apostando
por el “menor ser”, que se caracteriza por una igualación sin jerarquías frente
al poder del Ser, abriendo la dimensión de la “potencia” y la “relación” que intenta
acabar con toda “mediación”, ataque radical a Hegel. Los autores subrayan la
formulación herética de Stirner “mi potencia es mi propiedad” y “la dimensión
de la existencia relacional”. Reducción única singular igualada a la dimensión
del evento y la exterioridad del mundo. “Cuerpo” y “relación” son el
concentrado histórico-conceptual que se abre a la exterioridad. Para los
autores, toda idealización del ser es cuestionada, como en Spinoza y Nietzsche. Stirner dice que es nada más la conciencia moral
que llega tarde cuando irrumpe el acontecimiento. Gesto radical de una
operación crítica positiva que busca desarmar la culpa y la alienación. El
menor ser pide ser pensado como un desarme en la estructura dominante del ser
occidental, de Parménides a Kant y Hegel a Heidegger. La cualificación
del ser como relación hace que Stirner cuestione el Ser como fundamento
ontológico, abriendo así una posible teoría del menor ser. Cuestionar toda
mistificación del hombre es la tarea de Stirner, con la intención de reconducir
a su límite. Volver posible la propia potencia del “sí mismo” singular e
inmanente, desplegar la potencia del “tener”. Una exasperación de una filosofía
no idealista.
Con todo
lo dicho, seguir describiendo el libro implicaría muchas páginas más. La
riqueza de Filosofía para perros... sobrepasa cualquier texto encargado
de comentar ideas generales o narrar algunas anécdotas del autor trabajado.
Pasando las páginas, uno encuentra un sinfín de elementos que provocan seguir
leyendo y también investigar posibles diálogos que se pueden dar con todas las singularidades que agitan la cabeza de nuestro tiempo. Stirner, autor escogido por
Cangi-Pennisi, es de esos pensadores inactuales que te permiten ver que existe
una filosofía menor que se resiste a
los avatares del tiempo y al in-pensamiento. Un libro que narra una teoría de
la consistencia afectiva, política y vital en un contexto de inconsistencia de
lazos amorosos y de amistad, y de relaciones comunes -como bien dicen los
autores-. Stirner debe ser tenido en cuenta como lo que es, como un fracasante
que ha buscado abrir nuevas maneras de pensar, de enseñar y aprender a abrazar
la fragilidad de todo ser humano y por sobre todas las cosas, ser un escéptico
ante los grandes conceptos y categorías que nos avasallan constantemente y
niegan la potencia que cada uno posee.